viernes, 17 de noviembre de 2017

Mujeres que marcaron nuestras vidas



Sandro Botticelli: Las Pruebas de Moisés. Técnica al Fresco. Capilla Sixtina (1481)
https://it.wikipedia.org/wiki/Prove_di_Mosè



Giotto di Bondone. Capella Scrovegni (Padua 1302-1305)
https://it.wikipedia.org/wiki/Incontro_alla_Porta_d

Como cada mes, éste,  nos toca un tema nuevo.
Cuando, como comenta Marissa en su entrega anterior, ella, Cristina y Liz me propusieron hablar sobre Mujeres que marcaron nuestras vidas, pensando en la reciente muerte de mi madre, inmediatamente dije que sí, pues escribir para mí, y creo que para todas nosotras, es siempre un acto donde damos rienda suelta a la catarsis.

Sin duda la mujer que más marcó mi vida y, probablemente también la de mis hijas, fue mi madre Liliana Yabar Dávila García Baudoin.
La quinta de ocho hermanos fue la hija predilecta de su papá, mi abuelo Manuel un hombre dotado de inteligencia, capaz de comprender que a mi mamá le esperaría un destino diferente si el la ayudaba a construirlo. 
Fue así que la cambió del Colegio Raimondi al San Silvestre para que su inglés fuera más sólido. Cuando la sintió disconforme con su vida en Lima la ayudó a irse a estudiar a Northwestern University en Chicago, donde años más tarde iría mi hija Valeria.  Nuestros recorridos por Evanston estuvieron siempre impregnados de las memorias que mi mamá nos contaba había vivido ahí. Nunca quiso volver, fue una época dura para una estudiante que además trabajaba envolviendo paquetes en Saks y vivía con un presupuesto ajustado.
Era un tiempo  en que las mujeres no estudiaban una carrera y mucho menos fuera, donde tendrían que vivir solas.
La vida la hizo sufrir y pasar momentos desgraciados, pero también la hizo infinitamente feliz.

De mi abuelo aprendió la que ella consideró sería su mejor lección en la vida: aprender a escuchar, lección que me transmitió para que yo a mi vez lo hiciera con mis hijas. Quizás por eso es que mis amigas de colegio y de la vida la querían tanto, porque sabía escucharlas, reflexionar y luego sacar conclusiones.

Su mundo interior no tenía límites. Había descubierto la literatura desde joven y luego desarrollaría su pasión por el arte, que terminó de cultivar al lado de mi papá, Manuel Checa Solari. Su capacidad para dar amor no tenía límites y la de compartir tampoco. Su generosidad y solidaridad eran desbordantes. Su genio  también era fuerte y decidido . Cuando después de un viaje por la ruta del Románico de Navarra, con unos amigos de Tudela, volví a decirle que no había podido llegar a Yabar de donde venía su familia, porque era territorio etarra, me contestó: "será de ahí de donde viene nuestro temperamento."

Vivió una vida plena y recorrió Europa al lado de mi padre que con su afición por la pintura fue sin duda su mejor maestro. Yo tuve la suerte y el privilegio de compartir esos viajes largos con ellos desde los once años y a pesar del hecho  que mi padre nos dejó, desgraciadamente, hace muchos años, porque no vio crecer a mis hijas, esos viajes a su lado me marcaron para siempre como también lo que habría de ser mi futuro.

Mi padre probablemente haya sido el mejor lector que yo haya conocido, pero sus pasiones eran varias, la historia, las guerras mundiales y la literatura.

La de mi madre fue sobre todo la literatura, Dostoevsky, Fitzgerald, Hemingway, Thomas Mann y, sobre todo Marcel Proust. Leyó y releyó muchas veces En Busca del Tiempo Perdido. Se ganó uno de los diez premios anuales que otorgaba, no sé si lo siga haciendo, la Sociedad de Amigos o Hijos de los Amigos de Proust, que consistía en recorrer los lugares donde se desarrollan sus siete largos libros.

Y por eso me costó elegir una imagen pictórica con la la cual asociar a  mi mamá. Inicialmente pensé en uno de los tres frescos que pintó el pintor florentino del Quattrocento, Sandro Botticelli (1445-1510) al lado de otros artistas florentinos y Perugianos, como el propio Pietro Vanucci conocido como Perugino (1446-1523).

 ¿Por qué ese fresco en particular? Cuando el Papa Sixto IV (1414-1484) se reconcilia con  Lorenzo de’ Medici, apodado el Magnifico,  y a través suyo con los florentinos a quienes había excomulgado luego del fracaso de la Conspiración Pazzi (26 de Marzo de 1478) para sacar a los Medici del poder, le pide que le recomiende a los mejores artistas para decorar su recientemente terminada Capilla Sixtina. Botticelli estaría entre los artistas seleccionados y realizaría tres frescos, por los que aparentemente, según algunas fuentes, nunca se le pagó. Uno de ellos es Escenas de la Vida de Moisés. En el aparece Sefora, la hija de Moisés, sacando agua del pozo. Cuando Charles Swan se enamora de Odette, que no merece su amor, en Un Amor de Swan de Proust, dice encontrarle un parecido muy cercano a la Sefora de Botticelli. Por eso pensé  en poner ese fresco porque era un tema del que solía hablar con mi mami. Para mí Sefora no es otra que Simonetta Cattaneo (1454-1456) la genovoesa esposa de Marco Vespucci que sería la musa y modelo de casi todos los cuadros de Botticelli en los que aparece una belleza femenina.Todo Florencia estaba enamorado de ella al extremo que cuando su muerte es inminente a los veintitrés años, Lorenzo el Magnifico envía a su propio médico a tratar de salvarle la vida.  Esta es la historia de mi mamá y Proust, pero hay otra imagen que para mí significa mucho más.

Es El Abrazo en La Puerta Dorada del pintor y arquitecto  Giotto  di Bondone (1266-1337). La historia de la comisión es especial.   Enrico degli  Scrovegni, hijo de Reginaldo degli Scrovegni,  un prestamista de Padua, ofrece a Dios una capiila para pagar las culpas de su padre y se la encarga al mejor artista de la época, un florentino llamado Giotto di Bondone (1266-1337). A pesar de este hecho, Dante Allighieri  (1265-1321) envía a Reginaldo al infierno en el Canto XVII del Infierno de la Divina Comedia (1315).

La Capilla Scrovegni (1302-1305) es sin duda la obra maestra de Giotto y en la que pone a prueba todos los experimentos con la perspectiva que ha venido realizando desde que comenzó su aprendizaje con Cimabue (1240-1302?). Sea cierta o no la historia que cuenta Giorgio Vasari (1511-1574) ,  el pintor, escultor y arquitecto de Arezzo que en 1550 se convierte en biógrafo y publica la primera versión de   sus célebres Vidas, un libro que comienza con Cimabue y termina con Miguel Angel, en el que recoge las vidas de los famosos pintores, arquitectos y escultores italianos, no deja de ser bellísima.  Vasari no necesariamente documenta todo lo que relata y en muchos casos inventa lo que no sabe,  pero la anécdoda de cómo Giotto llegó a ser discípulo de Cimabue es sin duda digna de contar. Según nos relata Vasari, Cimabue, era ya un artista reconocido de lo que se llamaría el il  Primo Rinascimento. En un viaje suyo hacia Bologna se le rompe la rueda de su carruaje y cuando se detiene, ve a un pastorcito de once años dibujando con una piedra filuda una ovejita sobre otra piedra. Dice entonces Vasari: y en aquel momento el mundo empezó a renacer.”

Giotto rompe con el bizantinimo de su maestro Cimabue y es reconocido por sus contemporáneos como el genio que ha dejado el estilo griego para abrazar el latino. Es decir, ha incorporado a sus frescos la presencia de la naturaleza y la expresividad rompiendo con el Gótico y adelantándose al Renacimiento. Su perspectiva no es científica pero Giotto es consciente que hay algo más que un fondo dorado y así lo representa en su pintura.

Todo esto, con un lenguaje menos técnico lo aprendí en mi casa con las clases que nos daba mi mami a mí y a un grupo de amigas todos los viernes por las noches. Coleccionaba  slides, una colección que yo heredé y fui incrementando en la época en que no existía Microsoft Office y su formidable  Power Point. Y la recuerdo hablando apasionadamente de Giotto como el padre la pintura moderna. Algunas de mis amigas de niña siguen diciendo que todo lo que saben de arte lo aprendieron en esos años con mi mami.

Fue una época linda que recuerdo con nostalgia y en ese abrazo que le da San Joaquín a Santa Ana, con el gesto de la mano, lo dice todo. Y es así como yo recuerdo a mi papá y a mi mamá, como una pareja que se quiso inmensamente y que me transmitió esa felicidad mutua a mí. Compartían las mismas inquietudes  y pasiones, que yo a mi vez he tratado de transmitir a mis hijas y también a mis nietos  y a mis alumnos. Ya conseguí que Sebastián reconozca a la Monalisa y deje de decirme que es la Mona Jacinta. Espero también apasionarlo por Giotto y llevarlo a Padua y a Asís a mirar lo que este hombre adelantado a su tiempo fue capaz de crear. Con él vendrán los otros nietos que ya habrán crecido y podrán comprender como la cultura, la lectura y el arte solo pueden hacer de nosotros mejores personas. Otro legado de mi madre a cuya ausencia me está costando mucho acostumbrarme



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