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Este mes decidimos hablar sobre puentes. Y hacerlo implica también tender puentes, como han hecho Marissa y Cristina. Circunstancialmente yo estoy ahora en Italia llevando a cabo, como hace muchos años, con Lucho Villacorta un gran amigo y conocedor de la arquitectura y la historia como pocos Proyecto Italia, un curso dirigido a nuestros estudiantes de arquitectura. Esta vez nos acompañanan una de mis grandes amigas arquitectas Milagros Antezano y además otra colega y amiga Maria Luisa Vasquez. Viajamos con veintiun estudiantes que están ávidos por descubrir, reconocer, opinar, hacer bocetos y escuchar la historia detrás de la historia, discutir las distintas técnicas artísticas y constructivas y conforme avanzan los días descubrir como Italia durante el medioevo estaba compuesta por distintas repúblicas con su propia identidad que hasta ahora se percibe.
Entonces, tenía que hablar de un puente en Italia
y he elegido uno que me trae muchas reminiscencias de toda índole. El Ponte di
Sant'Angelo.
El Ponte di Sant'Angelo conduce al Castel
Sant'Angelo originalmente construido como su propio mausoleo por un emperador
que era un gran viajero y un admirador y conocedor del arte que se llamó
Adriano. El Mausoleo se construyó entre el 134 y el 139 A.D y a la muerte de
Adriano, sus cenizas fueron enterradas ahí un año después en el
138 A.D y las de algunos sucesivos
emperadores también. El puente comunicaba la acera izquierda de Tiber con el Mausoleo. Sería Adriano también el que le
encargaría al arquitecto Apolodoro de Damasco la construcción del más grande y
bello edificio de Roma, a mi parecer, el Panteón, templo dedicado al culto de los Dioses, hoy iglesia católica.
El Castel Sant'Angelo está tejido de anécodotas
que enriquecen su historia. Durante las sucesivas invasiones bárbaras fue
deteriorado, particularmente cuando los Visigodos con su guapísimo rey
Visigodo, Alarico, saquearon Roma en el 410. La capital había sido mudada a
Roma en el 404 por el Emperador de Occidente, Honorio, así que el imperio no
caería hasta que Ravena, de donde escribo estas líneas fuera conquistada en el
476.
La historia que me interesa contar también es la
del puente. Cuenta la leyenda que en el año 590 A.D, el Papa Gregorio Magno
caminaba en una peregrinación hacia San Pedro con la gente que pedía clemencia
para que la peste se acabara.
Al atravesar el puente se le apareció el Arcángel
Miguel con la espada desenvainada
diciéndole que para Dios la peste había terminado. Muchos siglos más tarde, durante el Barroco, en 1667 el Papa Clemente IX le encargaría al genio de la arquitectura y escultura
Barroca, Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) y a sus asistentes, diez ángeles que están
distribuidos a lo largo del puente haciendo su travesía más majestuosa. Los
ángeles de Bernini han sido reemplazados por copias pero los de sus asistentes
siguen en su lugar.
En el siglo XIV la tumba original comenzó a ser utilizada
como fortaleza y ese mismo siglo, el Papa Nicolás III conectó el Castillo a San
Pedro por una estructura cerrada llamada il
Passetto di Borgo. Este serviría de via de escape al Papa Clemente VII y la
gente que lo acompañó durante el saqueo de Roma por el ejército luterano del
Emperador Carlos V en el 1527. En los calabozos del castillo pasaría un año y
medio mi amiga Caterina Sforza, (1463-1509), hija ilegitima del Duque de Milán, Galeazzo Maria Sforza, Condesa de Forli y Sra de Imola, una de las mujeres más valientes, cultas y formidables de
todo el Renacimiento. En sus calabozos pasaría seis años uno de los personajes
más interesantes de la historia, el filósofo, matemático, astrónomo y sacerdote dominico, Giordano Bruno (1548-1600) que en el 1600 sería quemado
vivo, por considerar la inquisición que su pasión
a la ciencia desafiaba las creencias de la iglesia. Otra historia por contar.
También ahí pasaría una temporada preso el escultor Benvenutto Cellini (1500-1571) que
había combatido desde ahí defendiendo a Roma del saqueo de 1527.
Por eso, por toda la historia, los personajes
ligados a ella y los secretos que nos tiene que contar el Ponte di Sant'Angelo
seguirá siendo mi favorito y para mí el más bello del mundo, porque además me
recuerda a mi infancia y a mis viajes con mis padres a esta maravillosa ciudad.
La primera vez que lo vi tenía once años y nuestro romance se ha hecho más
intenso con el paso de los años y los conocimientos que vamos adquiriendo a lo
largo de la vida
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