Sandro Botticelli: Las Pruebas de Moisés. Técnica al Fresco. Capilla Sixtina (1481)
https://it.wikipedia.org/wiki/Prove_di_Mosè
Giotto di Bondone. Capella Scrovegni (Padua 1302-1305)
https://it.wikipedia.org/wiki/Incontro_alla_Porta_d
Como
cada mes, éste, nos toca un tema nuevo.
Cuando,
como comenta Marissa en su entrega anterior, ella,
Cristina y Liz me propusieron hablar sobre Mujeres que marcaron nuestras vidas,
pensando en la reciente muerte
de mi madre, inmediatamente dije que sí, pues escribir
para mí, y creo que para todas nosotras, es siempre un acto
donde damos rienda suelta a la catarsis.
Sin
duda la mujer que más marcó mi vida y, probablemente también
la de mis hijas, fue mi madre Liliana Yabar Dávila García
Baudoin.
La
quinta de ocho hermanos fue la hija predilecta de su papá,
mi abuelo Manuel un hombre dotado de inteligencia, capaz
de comprender que a mi mamá le esperaría un destino diferente
si el la ayudaba a construirlo.
Fue así que la cambió del
Colegio Raimondi al San Silvestre para que su inglés fuera más
sólido. Cuando la sintió disconforme con su vida en Lima la ayudó a
irse a estudiar a Northwestern University en Chicago, donde años
más tarde iría mi hija Valeria. Nuestros
recorridos por Evanston estuvieron siempre impregnados de las memorias que mi mamá nos contaba
había vivido ahí. Nunca quiso volver, fue una época dura para una
estudiante que además trabajaba envolviendo paquetes en Saks
y vivía con un presupuesto ajustado.
Era un tiempo en que las mujeres no estudiaban
una carrera y mucho
menos fuera, donde tendrían que vivir solas.
La vida
la hizo sufrir y pasar momentos desgraciados, pero también
la hizo infinitamente feliz.
De mi
abuelo aprendió la que ella consideró sería su mejor lección en la
vida: aprender a escuchar, lección que me transmitió para que yo a mi
vez lo hiciera con mis hijas. Quizás por eso es que mis amigas de
colegio y de la vida la querían tanto, porque sabía escucharlas, reflexionar
y luego sacar conclusiones.
Su
mundo interior no tenía límites. Había descubierto la literatura desde
joven y luego desarrollaría su pasión por el arte, que terminó de cultivar
al lado de mi papá, Manuel Checa Solari. Su capacidad para dar amor no
tenía límites y la de compartir tampoco. Su generosidad y solidaridad eran
desbordantes. Su genio también era
fuerte y decidido . Cuando después de un viaje por la ruta del Románico de
Navarra, con unos amigos de Tudela, volví a decirle que no había podido llegar
a Yabar de donde venía su familia, porque era territorio etarra, me contestó: "será de ahí de donde viene nuestro temperamento."
Vivió
una vida plena y recorrió Europa al lado de mi padre que con su afición por la
pintura fue sin duda su mejor maestro. Yo tuve la suerte y el privilegio de
compartir esos
viajes largos con ellos desde los once años y a pesar del hecho que mi padre nos dejó, desgraciadamente, hace muchos años, porque no vio crecer a mis hijas, esos viajes a su lado me
marcaron para
siempre como también lo que habría de ser mi futuro.
Mi
padre probablemente haya sido el mejor lector que yo haya conocido, pero
sus pasiones eran varias, la historia, las guerras mundiales y la literatura.
La de
mi madre fue sobre todo la literatura, Dostoevsky, Fitzgerald, Hemingway, Thomas Mann y, sobre
todo Marcel Proust. Leyó y releyó muchas veces En Busca del Tiempo Perdido. Se ganó uno de los diez premios anuales que otorgaba, no
sé si lo siga haciendo, la Sociedad de Amigos o Hijos de los Amigos de Proust,
que consistía en recorrer los lugares donde se desarrollan sus siete largos
libros.
Y por eso me costó elegir una imagen pictórica con la la
cual asociar a mi mamá. Inicialmente
pensé en uno de los tres frescos que pintó el pintor florentino del Quattrocento, Sandro Botticelli (1445-1510) al lado de otros artistas
florentinos y Perugianos, como el
propio Pietro Vanucci conocido como Perugino (1446-1523).
¿Por qué ese
fresco en particular? Cuando el Papa Sixto IV (1414-1484) se reconcilia
con Lorenzo de’ Medici, apodado el
Magnifico, y a través suyo con los florentinos a quienes había excomulgado luego
del fracaso de la Conspiración Pazzi (26 de Marzo de 1478) para sacar a los
Medici del poder, le pide que le recomiende a los mejores artistas para decorar
su recientemente terminada Capilla Sixtina. Botticelli estaría entre los
artistas seleccionados y realizaría tres frescos, por los que aparentemente,
según algunas fuentes, nunca se le pagó. Uno de ellos es Escenas de la Vida de Moisés. En el aparece Sefora, la
hija de Moisés, sacando agua del pozo. Cuando Charles Swan se enamora de
Odette, que no merece su amor, en Un Amor
de Swan de Proust, dice encontrarle un parecido muy cercano a la Sefora de
Botticelli. Por eso pensé en poner ese
fresco porque era un tema del que solía hablar con mi mami. Para mí Sefora no
es otra que Simonetta Cattaneo (1454-1456) la genovoesa esposa de Marco
Vespucci que sería la musa y modelo de casi todos los cuadros de Botticelli en
los que aparece una belleza femenina.Todo Florencia estaba enamorado de ella al
extremo que cuando su muerte es inminente a los veintitrés años, Lorenzo el
Magnifico envía a su propio médico a tratar de salvarle la vida. Esta es la historia de mi mamá y Proust, pero
hay otra imagen que para mí significa mucho más.
Es El Abrazo en La Puerta Dorada del
pintor y arquitecto Giotto di Bondone (1266-1337). La historia de la
comisión es especial. Enrico degli
Scrovegni, hijo de Reginaldo degli Scrovegni, un prestamista de Padua, ofrece a Dios una
capiila para pagar las culpas de su padre y se la encarga al mejor artista de
la época, un florentino llamado Giotto di Bondone (1266-1337). A pesar de este
hecho, Dante Allighieri (1265-1321)
envía a Reginaldo al infierno en el Canto XVII del Infierno de la Divina
Comedia (1315).
La Capilla Scrovegni (1302-1305) es sin duda la obra
maestra de Giotto y en la que pone a prueba todos los experimentos con la
perspectiva que ha venido realizando desde que comenzó su aprendizaje con
Cimabue (1240-1302?). Sea cierta o no la historia que cuenta Giorgio Vasari
(1511-1574) , el pintor, escultor y
arquitecto de Arezzo que en 1550 se convierte en biógrafo y publica la primera
versión de sus célebres Vidas, un libro que comienza con Cimabue
y termina con Miguel Angel, en el que recoge las vidas de los famosos pintores,
arquitectos y escultores italianos, no deja de ser bellísima. Vasari no necesariamente documenta todo lo
que relata y en muchos casos inventa lo que no sabe, pero la anécdoda de cómo Giotto llegó a ser
discípulo de Cimabue es sin duda digna de contar. Según nos relata Vasari,
Cimabue, era ya un artista reconocido de lo que se llamaría el il Primo Rinascimento. En un
viaje suyo hacia Bologna se le rompe la rueda de su carruaje y cuando se
detiene, ve a un pastorcito de once años dibujando con una piedra filuda una
ovejita sobre otra piedra. Dice entonces Vasari: “ y en aquel momento el mundo empezó a renacer.”
Giotto rompe con el bizantinimo de su maestro Cimabue y es
reconocido por sus contemporáneos como el genio que ha dejado el estilo griego para abrazar el latino. Es decir, ha incorporado a sus
frescos la presencia de la naturaleza y la expresividad rompiendo con el Gótico
y adelantándose al Renacimiento. Su perspectiva no es científica pero Giotto es
consciente que hay algo más que un fondo dorado y así lo representa en su
pintura.
Todo esto, con un lenguaje menos técnico lo aprendí en mi
casa con las clases que nos daba mi mami a mí y a un grupo de amigas todos los
viernes por las noches. Coleccionaba slides,
una colección que yo heredé y fui incrementando en la época en que no existía
Microsoft Office y su formidable Power Point. Y la recuerdo hablando apasionadamente de Giotto como el padre
la pintura moderna. Algunas de mis amigas de niña siguen diciendo que todo lo
que saben de arte lo aprendieron en esos años con mi mami.
Fue una época linda que recuerdo con nostalgia y en ese
abrazo que le da San Joaquín a Santa Ana, con el gesto de la mano, lo dice
todo. Y es así como yo recuerdo a mi papá y a mi mamá, como una pareja que se
quiso inmensamente y que me transmitió esa felicidad mutua a mí. Compartían las
mismas inquietudes y pasiones, que yo a
mi vez he tratado de transmitir a mis hijas y también a mis nietos y a mis alumnos. Ya conseguí
que Sebastián reconozca a la Monalisa y deje de decirme que es la Mona Jacinta.
Espero también apasionarlo por Giotto y llevarlo a Padua y a Asís a mirar lo
que este hombre adelantado a su tiempo fue capaz de crear. Con él vendrán los
otros nietos que ya habrán crecido y podrán comprender como la cultura, la
lectura y el arte solo pueden hacer de nosotros mejores personas. Otro legado
de mi madre a cuya ausencia me está costando mucho acostumbrarme
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