viernes, 14 de julio de 2017

Hablemos de postmo

Hold your horses! es un grupo francés indie, bastante reciente.

Hace algunos años, en una clase de historia del arte, Luis Lama tomó este vídeo como ejemplo de postmoderno, a pesar de no corresponder exactamente con la época: desde fines de la década de 1960 hasta bien entrada la de 1980. Lo hizo porque es un ejemplo clarísimo de algo que toma referentes de la historia para comunicar. Y lo hace muy bien.

 

Luego de un largo periodo de abstracción, de pretender que el ornamento es delito, de obras de arte cada vez más despojadas de elementos figurativos y referencias, la postmodernidad pretende regresarnos a un mundo conocido.

Tomando prestadas ideas del post-estructuralismo, la postmodernidad entiende que los productos culturales son un lenguaje, un modo por medio del cual no sólo navegamos el mundo: querrámoslo o no, a través de ellos nos expresamos. Pero, ¿qué podría expresar un cuadrado negro sobre un fondo blanco? ¿Qué unas líneas ortogonales que limitan unos cuadrados de colores brillantes? ¿Qué podemos leer en un conjunto de manchas? Tal vez ésas no sean las preguntas correctas a realizar frente a Malevich, Mondrian o Pollock, pero el hecho es que la gente se las hace. Cuando la gente está frente a una obra de arte, quiere un significado, quiere una historia, quiere ver algo.

El llamado es claro. No seamos tan solemnes, tan rígidos, tan distanciados de la "gente común". A través de la familiaridad, la historia, los lugares comunes y los clichés, estas obras de arte quieren acercarnos, con una buena cantidad de humor, en algunos casos. Es uno de mis períodos favoritos porque en el arte busca tender puentes.

Los resultados, muchas veces son estrafalarios. A veces caen en lo kitsch. Pueden, incluso, llegar a ser soluciones facilistas, copias, casi burlas de una historia profunda. Pero tal vez sea precisamente eso lo que hace que la gente se relaje un poco más y se permita un disfrute en el que no nos vemos forzados a pensar qué es lo que el artista nos está queriendo decir, porque es bastante obvio.

En arquitectura, los resultados son bastante curiosos. Mi favorita, de lejos, es Harold Washington Library Center, en Chicago, de Hammond, Beeby y Babka (1987-91). 


La imagen exterior no hace justicia al cambalache de elementos tomados prestados de otros tiempos y otros contextos. El zócalo es una copia de aquel que plantearon Adler y Sullivan, unas calles más abajo, en su maravilloso Auditorium. El cuerpo es una mezcla de palazzo renacentista, ventanas abocinadas románicas, decoración rococó y ese cristal reflejante que tanto enamoró a los arquitectos de los 80s. El remate... podría ser el Partenón. O un palacete oriental. O un chifa. Por dentro no se hace más sutil. 

Y a la gente le gusta.

Tal vez esa sea la lección más importante que nos deja la postmodernidad. El arte puede llevarnos más allá de las cosas a las que estamos acostumbrados. Puede insinuarnos nuevos mundos y nuevas vidas, o hacernos ver las de siempre desde otro ángulo. Pero también puede establecer diálogos más mundanos, disfrute, y tal vez una que otra carcajada.

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