sábado, 27 de marzo de 2021

Las mujeres de mi vida

Verla es impresionante. Surge triunfante desde lo alto, y ya sea que se llegue desde arriba o desde abajo de la escalera Daru, su presencia no deja de afectar a los que pasan por ese hall del inmenso museo del Louvre.

Escalera Daru, con la Victoria de Samotracia (c. 200-190 ca. C.), mármol, 244 cm, Musée du Louvre, París

No sé si esta formidable Victoria de Samotracia es una de las grandes mujeres de mi vida, pero sí que representa la idea que tengo de ellas. Es una enorme representación de 2,44 metros de alto, esculpida en mármol entre el 200 y el 190 a. C. En la actualidad se ve especialmente dramática, en mi opinión, por la falta de cabeza. Una de las alas, la derecha, se perdió, y fue reemplazada por otra que se esculpió copiando el ala izquierda.

Es una imagen intensa, que nos habla de triunfo, y también de libertad, energía, posibilidades. La Victoria de Samotracia está a punto de dar un salto enorme, infinito, hacia un firmamento que solo podemos imaginar. 

Creo que ese era el espíritu que me rodeaba cuando la conocí, a los nueve años de edad. Viajaba con mis papás y mi hermano, mochileando y saltando de tren en tren, visitando museos icónicos y obras de arte cuyo significado aún no estaba preparada para entender. 

Y ese es, precisamente, el espíritu que rodea a las tres mujeres que marcaron y marcan mi vida: mi madre y mis dos abuelas. Mujeres intrépidas, cada una a su manera. Curiosas, amorosas y grandes lectoras. Cada una me presentó autores y mundos, cada una me abrió puertas para la creatividad. El orgullo de cada una es parte de mis cimientos.

Pero regresemos a esta Victoria intrépida y llena de energía. 

Cerca de 2000 años después de su creación y poco tiempo después de la Revolución francesa, Eugène Delacroix (1798-1863)  pintaría La Libertad guiando al pueblo. 

Eugène Delacroix, La Libertad guiando al pueblo (1830), óleo sobre lienzo, 260 x 325 cm. Musée du Louvre, París 

El pintor parece tomar prestada la energía de la Victoria de Samotracia, traduciendo a la Libertad como un ideal ambivalente, en el que esa misma energía puede carecer de empatía, hasta llegar casi a una cruel indiferencia. La Libertad triunfa, parece decirnos Delacroix, pero a un precio muy alto. No es una mujer con la que me identifico, aunque sí reconozco momentos en los que las mujeres tenemos que abandonar la ternura y ponernos firmes, dignas, y siempre enérgicas.

Y llegamos a una siguiente versión, Formas únicas de continuidad en el espacio, escultura en bronce de Umberto Boccioni, (1882-1916 ) de 1913. Como en los años posteriores a la Revolución francesa, la atmósfera política y cultural estaba cargada de incertidumbre, en contraste con el optimismo que había traído la modernidad. En medio de esta dicotomía se ubicaban los futuristas. Su líder, Filippo Tommaso Marinetti, ya había anunciado, en su Manifiesto futurista (1909), que “un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia”. Y, sin embargo, no dejo de verla en la escultura de Boccioni. La pierna flexionada, la espalda que parece estar a la espera de unas alas, el movimiento del cuerpo a modo de túnica, la energía potente, nos remontan a esa primera escultura helenística.

No obstante, como en la versión de Delacroix, aquí también parece haber un problema. La energía de los futuristas se ve frenada por el conservadurismo, por una sociedad italiana aferrada a su historia, y Boccioni denuncia esta sensación a través de los pesados pedestales en los pies. Nuestro personaje quiere volar, tiene toda la energía y la capacidad para hacerlo, pero no puede. Está anclado al suelo.

¿Cuántas veces las mujeres nos hemos sentido identificadas con esta idea? Ninguna de mis abuelas fue a la universidad. Ambas se quedaron en casa, cocinando maravillas para maridos e hijos, buscando crearse un mundo dentro de las limitaciones del momento. Mi madre, miembro ilustre de la generación que renunció a los pedestales pesados, iba a la universidad atravesando media ciudad, aunque hubiera marchas subversivas en su camino.

Umberto Boccioni, Formas únicas de continuidad en el espacio (1930), bronce, 111,4 cm, Tate Modern, Londres

Esta energía es clave, como lo son esta osadía y esta voluntad de abrirse paso y romper pesados bloques. La Victoria y sus interpretaciones nos lo muestran, desde diferentes ángulos acaso complementarios. Del amor y la ternura de las mujeres de mi vida hablaré en otro momento. Pero no me cabe duda de que, una vez que estas tres imágenes emprendieron el vuelo triunfante, aterrizaron, se acurrucaron, hicieron una buena taza de café con leche y repartieron amor a todo su rededor. 


Referencias:

Marinetti, F. T. (1909). Manifiesto futurista. Le Figaro. Francia.
Musée du Louvre. (2020). Official Website. Recuperado de www.louvre.fr


Escrito en junio de 2020.
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