sábado, 13 de octubre de 2018

Migraciones, el Vagón de tercera


Bienvenidos al mes de octubre en Bocadillos de arte. En este nuevo, bueno, no tan nuevo, mes el tema es ‘migraciones’. 

El asunto me toca de cerca. Los que me conocen saben que emigré del Perú hacia Canadá hace casi 40 años. ¡Sí, toda una vida! He experimentado en carne propia lo que es dejar padres, hermanos, hermanas sobre todo, y amigos, la familia escogida. Arrancar con dos niños, casi bebés, hacia un mundo desconocido y extranjero, en todo sentido, fue difícil. Otro entorno, otro idioma, otra cultura, otro clima; en fin, otro todo. En nuestro núcleo familiar, el que estaría en ‘su casa’ en esta aventura sería mi marido; él regresaba a lo suyo: Montreal, su ciudad preferida en el mundo, sus amigos de la universidad y un trabajo seguro.

Emigrar es duro, incluso en la mejor de las circunstancias y con todos los privilegios que presuponen seguridad material, legalidad de status y un grupo de amigos, que, aunque fuese prestadito (de mi marido), ahí estaba. Si no hubiese sido por ellos, y su generosidad sorprendente para con mis hijos y conmigo, creo que mi salud mental hubiera sufrido. El dolor por la carencia de los seres queridos intenso al comienzo se fue aminorando poco a poco gracias al paso del tiempo y a grandes y estrechas amistades.

Ese fue mi caso, pero, definitivamente, no es el de todos. 

Mayormente, la gente deja su tierra porque no tiene nada perder. Como bien lo expresa Emma Lazarus, en el verso de su poema (1883) inscrito en la Estatua de la Libertad, son  las masas cansadas, pobres y hacinadas y los desamparados los que buscan nuevos horizontes y una lámpara junto a la puerta que les de la bienvenida.  (en Braithwaite)

Podemos percibir que ese es el caso, también, de los ocupantes del Vagón de tercera que retrata Honoré Daumier (Francia, 1808 – 1879); un grupo de migrantes con poco, o nada, que perder y sin esperanzas:


                                                   Honoré Daumier, Vagón de tercera clase (c. 1862), 65 x 90 cm., óleo sobre lienzo. MET, New York                                                                Recuperado de https://www.wga.hu/index1.html, octubre 2, 2018.


La pieza, aparentemente inacabada, fue comisión del señor William Thomas Walters, un rico industrial estadounidense, que decidió dejar los EEUU para evitarse los estragos del la Guerra Civil. En Francia, Walters, un inmigrante privilegiado, no encarga la obra debido a su interés social; lo más probable es que lo haya hecho debido a su fascinación por el ferrocarril y sus posibilidades. 

En efecto, Vagón de tercera es parte una serie de tres obras sobre el nuevo método de transporte; las piezas correspondientes son: el Vagón de segunda clase  y el Vagón de primera clase (1864). Estos dos vagones no están entre los ejemplos de la pintura de denuncia social realizados por Daumier. Evidentemente, los personajes de una u otra no se prestan para una composicion de protesta. 

¡Los del vagon de tercera sí!

En el Vagón de tercera, el grupo adelante, compuesto por dos mujeres y dos niños, representa las tres edades, el ciclo de la vida. Su semblante no es desesperado, aunque tienen miradas cansadas y ojos vacíos, sin futuro. La imagen resulta impactante, quizás debido al contraste entre los personajes del primer plano, tan bien modelados – esculturales en realidad – frente a un grupo humano indefinido – esbozado y numeroso en los planos medio y del fondo. A esto se agrega la atmófera marcada por un clima pesimista y opresivo debido al colorido opaco, ocre oscuro, y la tenue iluminación. A pesar de las dos ventanas a la izquierda, la impresión general es la de un espacio cerrado, abarrotado, sin aire suficiente, en fin, un lugar abrumador.

El reflejo de la dolorosa realidad se concentra en la imagen de anciana; su rostro expresa fatiga moral y física y desesperanza. Ella es vieja y sabe… La mudanza, en realidad, no representa un cambio sustancial ni para ella ni para nadie; todos seguirán siendo explotados, maltratados y marginados, sólo que en un lugar diferente. A través de su figura, Daumier, confronta al observador a una época y circunstancias que obligan a muchos a desplazarse dejándolo todo. En el caso de los personajes del vagón de tercera, probablemente se trate de campesinos obligados a abandonar su vida en el campo debido a cambios significativos en los procesos agricolas, provocados por la revolución industrial del siglo XIX, en Europa. En efecto, el impacto no solamente se dio en la agricultura sino también en la producción industrial y el transporte.

Hoy en día, los hechos que impulsan las migraciones humanas son diferentes pero la dureza de la realidad que les espera no será muy diferente. Lo que es inexplicable es que los gobiernos y pobladores no acojan a estos migrantes obligados a dejar su tierra, con todo lo que esto último implica. ¿Es posible abstraerse a las demandas emocionales de imágenes como la de Daumier? Y si la proyectamos a la realidad, ¿se puede dar la espalda a seres humanos en evidente necesidad de ser amparados? ¡Sí, claro, fácil! Lo único que se necesita es deshumanizarlos.





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