martes, 31 de julio de 2018

Percepción sinestésica

Abraham Moles, ingeniero de origen, físico y filósofo, dedicó gran parte de su vida a establecer los nexos entre la estética y la teoría de la información. Los medios de comunicación de masa fueron su punto de partida, y los productos culturales que de ellos se derivan. Dentro de este enorme universo, una de sus fascinaciones fue el kitsch.

En su obra titulada El kitsch. El arte de la felicidad (1971, publicado originalmente como Psychologie du Kitsch. L'art du bonheur), Moles nos ofrece cinco principios que nos permiten distinguir situaciones, actos y objetos kitsch:

1. Principio de inadecuación
2. Principio de acumulación
3. Principio de percepción sinestésica
4. Principio de mediocridad
5. Principio de confort

Para hablar de nuestro tema del mes, la obra de arte total, me quiero referir al principio de percepción sinestésica. Moles describe este principio como 
"asaltar el máximo de canales sensoriales simultáneamente o de manera yuxtapuesta. El arte total, el sueño permanente de nuestra época, corre en todo momento el riesgo de volverse kitsch [...] La multiplicidad de los canales interfiriendo sin reglas ni medida con los sistemas nerviosos centrales de integración, aparece como un fin en sí mismo. Tanto en el casos de los relojes de carillón como en el de las botellas de licor decoradas con filos de oro y con música, o en el caso de los libros perfumados [...]." (p 74)
No toda obra de arte total y no todo evento que incorpore la percepción sinestésica son, necesariamente, kitsch, pero como el autor señala, hay un riesgo.

Lo opuesto a la percepción sinestésica es la restricción (Goffman, 1951; Jones, 1987). Consiste en la privación de estímulos externos o accesorios, con el fin de focalizar la atención del espectador en un sólo tipo de experiencia, o en un aspecto muy específico de la misma. Algunas catas realizadas con los ojos vendados y en ambientes insonorizados, o la música de cámara con sólo unos cuantos instrumentos en escenarios sin decorado son ejemplos de este tipo de situación, también conocida como "cultivación negativa".

Mientras que la percepción sinestésica apela a todos los sentidos para zambullirnos en una experiencia lo más global posible, la restricción nos lleva al esfuerzo de ignorar todo lo que nos rodea en pos de una experiencia estética centrada en un sólo estímulo que evoque, en la imaginación del espectador, una serie de asociaciones y un goce profundo. En la primera, es espectador tiene opciones: sonido, narrativa, escenografía, efectos visuales, etc., de modo que si uno de sus sentidos no se siente agradablemente estimulado, están los otros para llenar el vacío.

Un gran ejemplo de este tipo de experiencia son los conciertos del músico holandés André Rieu. Rieu, violinista de origen, ha formado una orquesta de músicos y solistas, y sus conciertos de música "clásica" presentan extractos conocidos de piezas famosas ("Brindisi" de La Traviata, "Habanera" de Carmen, "Grande Marche" de Aida), fragmentos de soundtracks de películas y canciones populares. Los trajes de los miembros de la orquesta y el coro (visiblemente "antiguos", con gestos que recuerdan al siglo XIX), la escenografía (que a veces hace referencia a un templo griego, otras a un castillo medieval, otras a un desfile militar), los "otros estímulos" (espumante, cerveza y hasta salchichas, para ser consumidos por los espectadores), las actuaciones aparentemente improvisadas de algunos miembros del coro y la orquesta y, por sobre todo, el que Rieu invite a los asistentes a pararse, cantar, bailar y brindar, hacen que estos eventos sean multitudinarios.



Es, sin duda, tremendamente kitsch (y eso no tiene nada de malo).

Hay quienes argumentan que este tipo de eventos degradan la cultura y la banalizan (Vargas Llosa, 2012). Hay quienes responden que, por el contrario, se ofrece al público obras de calidad, de un modo más digerible y ameno. Eventualmente, se argumenta, este tipo de arte puede llevar a que las personas no tengan temor ante lo tradicionalmente considerado como "arte culto".

Las experiencias restrictivas, por otro lado, apuntan a un grupo mucho menos numeroso, cultivado, con una serie de conocimientos previos que le permitan el nivel de abstracción y la concentración necesarios para el tipo de experiencia. Un concierto de cello, en el que el músico y su instrumento son el único estímulo visual a un público que debe permanecer en silencio durante cerca de dos horas, requiere de cierta preparación.

Hace poco tuve una experiencia personal al respecto. Se presentó Carmina Burana (Carl Orff, 1935-36) en el Teatro Nacional, en una puesta a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Nacional y el Coro Nacional de Niños. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Sin embargo, la puesta estaba centrada en una coreografía a cargo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá. Los miembros del coro y el cuerpo de baile invitado invadieron el escenario, disfrazados, para representar coreografías diversas, rodeados de una escenografía que evocaba parte del texto de la obra de Orff. Luego de "Fortuna Imperatrix Mundi", cerré los ojos y no los volví a abrir hasta los aplausos finales, excepto por uno que otro vistazo que no hacía más que confirmar que estaba mejor con los ojos cerrados.

No me considero una persona especialmente culta, y mucho menos elitista. Pero sí es cierto que, en el contexto de la pieza en cuestión, la puesta en escena era una distracción que forzaba la imaginación a desaparecer. Las posibles evocaciones de la potente música de Orff quedaban restringidas a las imágenes que el coreógrafo decidió plasmar y, a mi modo de ver, anulaban al público la gran tarea de evocar libremente. 

Es, por supuesto, una opinión discutible.

La obra de arte total, dentro de su globalidad, nos da la tarea hecha. Nos dice que mirar, qué sentir, qué imaginarnos.

Wassily Kandisnky lo entendió de un modo muy particular. Al escuchar Lohengrin de Richard Wagner, relata que su imaginación se llenó de imágenes, una especie de cuadro mental (Gompertz, 2013 [2012]), que poco a poco lo inspiraría a presentar pinturas en las que ofrecía al espectador esa misma posibilidad de evocación que la música, como arte esencialmente abstracto, nos puede ofrecer. Inspirado en la música de Arnold Schoenberg, Kandisnky "compone" Impresión III (Concierto). Sin ser el mejor de los cuadros del pintor, es, probablemente, el primero en el que no nos es posible distinguir ningún elemento evocativo. Se trata de una invitación a ejercitar nuestro propio intelecto y buscar nosotros mismos nuestra propia evocación, nuestra propia memoria, nuestra propia imagen.

Wassily Kandinsky, 1911 - Impresión III (Concierto)

Mucha gente no le tiene paciencia al arte abstracto. Prefieren el relato.

Parte de la riqueza del arte y de lo que nos puede ofrecer está en la posibilidad de dejarse envolver completamente por él; de rendir nuestros sentidos a una experiencia que nos englobe. Parte de esta riqueza, también, consiste en elegir qué fragmentos y qué estímulos queremos, y cuál es el rol que nuestra propia imaginación y el ejercicio de la misma juegan en la experiencia estética. La invitación está hecha.

Referencias:

Goffman, E. (1951) Symbols of Class Status. The British Journal of Sociology, Vol. 2, No. 4. pp. 294-304.
Gompertz, W. (2013 [2012]) ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos. Madrid: Taurus.
Jones (1987) Curators, Creators and Consumers. Leonardo, Vol. 20, No. 4. pp. 353-360.
Moles, A. A. (1971) Le Kitsch. L’art du bonheur. Paris: Maison Mame.
Vargas Llosa, M. (2012) La civilización del espectáculo. Madrid: Alfaguara.

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